Una fiesta que guarda un sinfín de significados. Quienes investigaron sobre este convocante evento aseguran que tiene su nacimiento en prácticas culturales heredadas de comunidades ancestrales.

En los primeros días de agosto, luego de la tradicional Fiesta del Tabaco que se realiza en Chicoana -donde se le reza a la Virgen del Valle, a San Isidro Labrador y a la Pachamama para que la campaña sea próspera- los productores comienzan a sembrar los plantines en almácigos, que luego implantarán en sus campos y cosecharán las primeras hojas a fin de año.

«Este es un trabajo artesanal, donde en cada etapa está la mano del hombre. Durante 6 meses hay mucha gente trabajando en el campo todos los días, son trabajadores experimentados que saben cuidar y cosechar las plantaciones», cuenta Mariano Tolaba, quien en 1960 llegó desde la Puna para emplearse como jornalero del tabaco en el Valle de Lerma y hoy produce 180 has de las cuales la mitad son propias.

«En 1970 dejé de ser empleado y alquilé el primer campo y después fui comprando y arrendando más». Tolaba, hace rotaciones con ají y algunas pasturas para hacer rollos; tiene más de 20 tractores trabajando en sus fincas.

Producir una hectárea de tabaco en campo propio cuesta unos 40.000 pesos por campaña. El nivel de uso de fertilizantes y agroquímicos es el más alto de cualquier producción intensiva. Pero más de la mitad de ese costo es mano de obra para laboreos y cosecha. El rendimiento por hectárea es, en esta zona, de entre 2000 y 2200 kilos de hojas que se recolectan en varias etapas entre diciembre y abril y se disecan en estufas apropiadas antes de entregarlas a los compradores o a la cooperativa de productores.

“Las costumbres en torno a la producción de tabaco es algo que valoramos mucho, es una forma de agradecimiento por lo que se produce y también de bregar por una buena campaña entrante”, explicó un representante de TABES SA.